FAMILIA,
CULTURA Y GLOBALIZACIÓN
Card. Alfonso
López Trujillo
Presidente
del Pontificio Consejo para la Familia
Con ocasión del III Congreso Mundial de Familias, Méjico
2004
Saludo respetuosamente a quienes comparten conmigo
esta Mesa Redonda y a todos los participantes en este Congreso Mundial de las
Familias, agradezco la gentil invitación que sus organizadores me hicieron,
misma que acepté con gusto.
Sería una empresa prácticamente imposible hablar
exhaustivamente de los argumentos que nos ocupan, por ello más que un tratado de
cada uno de los temas tan actuales, deseo con mi intervención proponer a su
amable consideración algunas líneas o ideas generales que puedan favorecer, en
el seno de este importante Encuentro Mundial, el diálogo en orden a la acción en
favor del fortalecimiento de la institución familiar en cada uno de los países
aquí representados.
Haré mi intervención como líder religioso de una
Iglesia, la católica, que segura de su identidad y de su misión, quiere
continuar dialogando con el mundo, "porque nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón... La Iglesia por ello se siente íntima y realmente
solidaria del género humano y de su historia."1 . Su vocación es el
servicio al hombre. El hombre es, como lo afirmó, al inicio de su Pontificado,
Juan Pablo II "el camino de la Iglesia, camino de su vida y experiencia
cotidianas, de su misión y de su fatiga"2 .
EL corazón del hombre es el origen de las diversas
formas de vivir que adoptan las comunidades y caracterizan a los Pueblos, es por
ello que la Iglesia quiere entrar en diálogo con el hombre, con el alma de la
sociedad, y comprender sus inquietudes, alegrías, proyectos y preocupaciones. La
Iglesia quiere comprender el alma de la sociedad, la cultura de cada Pueblo
donde se encuentra, para proponerle los principios y valores del Evangelio.
Desea también compartir esfuerzos y fatigas con todos los líderes de las grandes
religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para suscitar y
fortalecer procesos de renovación de las instituciones fundamentales de la
sociedad, principalmente de la familia.
La familia es la clave para el futuro de la
humanidad. La familia plurisecularmente entendida como la comunidad que nace de
la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre
un hombre y una mujer3 , y que posee una específica y original
dimensión social, en cuanto lugar primario de relaciones interpersonales,
primera y vital célula de la sociedad4 .
Ahora bien, las personas humanas como integrantes de
una familia y de una sociedad, no pueden alcanzar un desarrollo humano pleno, si
no a través de la cultura. Todos tenemos más o menos claro lo que se entiende
actualmente por cultura, hay cientos de definiciones aceptables. La iglesia, por
su dedicada intención de dialogar con el mundo contemporáneo ha propuesto
también una definición moderna de la cultura, muy semejante a la que en su
conjunto los gobiernos miembros de la UNESCO, en 1982, adoptaron en la
declaración de México. En efecto, tal definición la encontramos en la Gaudium et
Spes que afirma: "Con la palabra Cultura se indica, en sentido general, todo
aquello con lo que la persona afina y desarrolla sus innumerables cualidades
espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su
conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como
en la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres y las
instituciones; finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en
su grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho
a muchos, e incluso a todo el género humano. De aquí se sigue que la cultura
humana presenta necesariamente un aspecto histórico y social y que la palabra
cultura asume con frecuencia un sentido sociológico y etnológico"5 .
Somos conscientes, y por ello estamos aquí, de que
los innumerables avances en los diversos campos de la ciencia , han contribuido
sobre manera al fenómeno de la globalización, el cual evidentemente ha influido
en la conformación de la identidad cultural de los Pueblos. Nuestra posición no
es demonizar la globalización, nuestra intención es hacer propuestas y colaborar
para gobernarla, a ella y a sus efectos, advirtiendo, por ejemplo, que no toda
la información que fluye en tiempo real es verdad y que hay que verla con ojos
críticos; que no todas la ideas contribuyen al bien de las sociedades, que lo
que hay que salvaguardar es la dignidad de la persona humana y sus
derechos6 . Nuestro objetivo es educar, prevenir, dialogar y promover
más que condenar.
La globaliación, que hoy es un concepto omnipresente
en casi todos los discursos de carácter social, económico y cultural, no ha
logrado un consenso en su definición. Para algunos es una amenaza, para otros
una bendición, para todos un gran desafío. Es un fenómeno complejo, "reciente y
acelerado, de cambios radicales, caracterizados principalmente por la
interrogación más estrecha entre los países y los pueblos del mundo, que ha
trastocado la economía y el trabajo, el comercio y las finanzas internacionales,
las comunicaciones y las culturas del orbe... En resumen, la globalización para
algunos ha significado vida y creatividad, avance y realización; y para una gran
mayoría es egoísmo y frustración, exclusión y muerte. El reto actual es
humanizar la globalización y globalizar la solidaridad. La globaliación no es a
priori ni buena ni mala, será lo que la gente haga de ella"7 .
Una cosa es cierta, nunca antes como al amanecer del
III milenio, el hombre había tenido acceso a tantos datos, paradójicamente,
nunca antes había carecido como hasta hoy, de puntos de referencia sólidos para
el discernimiento de este flujo ingente de informaciones: nunca antes tenía
tantas ideas y tan poca diversidad de proyectos claros. Hoy priva una gran
confusión que, fruto del relativismo imperante, evita la toma de decisiones
seguras, estables y duraderas, en todos los ámbitos de la vida del hombre.
Hoy se propagan rápidamente, junto a las esperanzas
que genera el progreso de la humanidad y las grandes posibilidades de para la
fraternidad para el acercamiento de los Pueblos, formas de vivir o "culturas"
cerradas a la vida y a las expresiones más nobles del corazón humano, como son
principalmente, la compasión, la solidaridad y la misericordia.
Entre estas formas de vida se encuentran:
La "cultura" materialista, que pone las cosas sobre
las personas, que fomenta una mentalidad basada en una concepción errónea de la
autonomía del hombre, de su historia de su progreso. En donde el hombre se debe
guiar sólo por la ley del máximo provecho. En ella vencen siempre los mejores
dotados y la marginación o eliminación de los más débiles aparece como
provechosa y útil a la sociedad, cuyo progreso requiere el triunfo de los más
fuertes e inteligentes.
La "cultura" de la violencia, que fomenta la
convicción de que ésta es el único camino para producir una sociedad sin
violencia. La "violencia justa" (de las víctimas, de los pobres, de los
agredidos...) puede eliminar la "violencia injusta".
La "cultura", tan atractiva y exitosa en nuestros
días, del permisivismo. Ese estilo de vida del hombre que busca sobre todo
satisfacer los instintos reprimidos y que tiene como objetivo de su existencia,
la expresión máxima de sus posibilidades de vida. El hombre, para lograr
realizar todos sus deseos, debe rechazar todas las prohibiciones que la sociedad
ha inventado, debe destruir todos los tabúes, (menos, obviamente, el tabú de que
no existen tabúes): he aquí la finalidad de la ética permisiva de la "cultura"
del deseo. El hombre deseo, es una persona que sabe vivir: busca un trabajo
breve y poco fatigoso; efectúa muchos vagabundeos explorativos; lee poesías y
escucha música; no realiza opciones que los comprometan a largo plazo, porque
desea salvaguardar su propia libertad. Esta mentalidad peligrosa pero atractiva,
origina cambios profundos y vertiginosos en la familia. Tal mentalidad, pone en
crisis las reglas sexuales, las relaciones interpersonales en la familia, las
relaciones de autoridad. La cultura del deseo no puede poner alguna limitación a
las relaciones sexuales, sino la que se funda en el deseo mismo. Se justifica en
una libertad mal entendida y tiene sus límites en la fantasía del que desea. La
cultura del deseo no puede admitir dentro de sí la promesa, porque ésta y el
deseo se excluyen recíprocamente. La promesa debe ser sin condiciones, el
matrimonio, por ejemplo, se sustrae al tabú de la promesa y se hace libre y
transitorio. Cierto que debe durar, pero la duración coincide con el deseo y
termina con él. Una cultura del deseo, que es una cultura de la
contemporaneidad, no puede vivir sin el divorcio, que es considerado por ésta
como una conquista de la libertad y del progreso. Es el deseo que consiente la
promesa, no es la promesa la que orienta y legaliza el deseo. Las relaciones de
autoridad, al interno de la familia se rechazan. El deseo reduce cada vez más el
núcleo familiar: tener en casa muchos hijos, o padres ancianos que cuidar, hace
difícil la realización de los deseos, ya que se requiere sacrificio, y el
sacrificio es contrario al deseo. Cada miembro de la familia debe ser libre de
expresar al máximo sus propios deseos, dado que la familia, en esta perspectiva,
no es una comunidad de tradición, sino una convivencia de gente llena de deseos.
El permisivismo parece ser la metodología más adecuada para respetar los deseos
de cada uno y consentirle realizarlos. No es casual que la cultura del deseo
combata a favor de la legislación del aborto, por su uso generalizado y libre.
La eliminación de una vida humana se justifica con la necesidad del deseo de
poder continuar realizándose sin obstáculos o impedimentos8.
La Iglesia no busca frenar el progreso y el cambio
para bien en el seno de las sociedades, lo que quiere es salvaguardar los
verdaderos valores de la identidad cultural que distinguen y caracterizan a cada
Pueblo. Se trata de cuidar al salud del alma de cada sociedad ante un peligroso
proceso de homogeneización de los estilos de vida que atomizan al hombre y le
privan de la verdadera libertad, ofreciéndole a cambio una falsa y uniforme
autonomía, que no es otra cosa que someterse a los dictados del más craso
individualismo.
Es evidente que todas aquellas formas de vida, que
podemos llamar anticultura, y que contradicen la vocación inscripta en el
corazón de todos los seres humanos a la vida plena, a la fraternidad y a la
solidaridad, y que aquejan a las sociedades de nuestro mundo globalizado, se
combaten primordialmente en el seno de las familias. La familia es el primer
agente de socialización, la primera escuela que enseña a vivir. Es allí donde
primero se asimilan y viven los principios y valores humanos y éticos que guían
los pasos de una sociedad. Es la primera e insustituible escuela donde se
aprende a amar, a respetar la vida -la propia y la de los demás-, a construir, a
crear relaciones fraternas y solidarias.
"El equilibrio y el vigor
cultural de una sociedad dependen siempre de la salud moral de las familias...La
familia, además de ser la célula que da su crecimiento físico a la sociedad, es
también el hogar donde se arraiga y se desarrolla toda cultura viva. Es en su
seno donde el niño descubre su identidad cultural, donde aprende la lengua
materna, principal vehículo de la cultura, y donde se familiariza con las reglas
elementales de la sociabilidad y de la fraternidad. Estas funciones no han
perdido nada su importancia -sino todo lo contrario- en la sociedad pluralista y
multicultural de nuestros días"9 . Y de nuestro mundo globalizado.
No puedo dejar de mencionar brevemente la enorme importancia que la
familia tiene, como un ente importante en la formación del capital social, ya
que el tema es también abordado por este Congreso. "Las experiencias basadas en
la mutua ayuda y el apoyo emocional y material que proporcionan las relaciones
familiares contribuyen particularmente, a fomentar la capacidad de confiar en
los demás y de trasmitir normas justas de un tratamiento interpersonal generador
de confianza y de carácter decisivo en todas las relaciones sociales fuera del
seno familiar". El concepto del capital social es relativamente nuevo y "se
refiere a la capacidad de la sociedad para mantener lazos de cooperación y
establecer redes sociales, destacándose aquellos factores que suelen descuidarse
en el enfoque exclusivamente económico, sin negar, eso sí, su fundamental
importancia para la economía... hay sufiicientes indicios de que en todas sus
diferentes dimensiones, el capital social tiene un significado capital para
superar la pobreza y promover un desarrollo a amplia escala. Es evidente que el
desarrollo de la sociedad se basa fundamentalmente en la firme confianza en las
instituciones, la sostenibilidad de los nexos sociales y la cooperación en mutuo
beneficio, lo mismo entre entidades oficiales que con el sector privado y la
sociedad civil" por ello resulta apremiante "proporcionar educación amplia que,
a parte de trasmitir saberes, también inculque valores religiosos y éticos, lo
mismo que patrones culturales y sociales, sin los cuales no puede sobrevivir, a
la larga, ninguna sociedad" 10.
Retomando la afirmación que hice al principio de mi
intervención, es decir, que la familia es la clave para el futuro de la
humanidad, quiero terminar recordando que, todo Pueblo que aspire a fortalecer
su alma o cultura y asegurarse un futuro más humano, solidario y justo, tiene
que pasar indudablemente por el fortalecimiento d ela familia como institución
plurisecular y fundamental, y quiere preguntarme y preguntarles ¿cuál Pueblo no
tiene esto entre sus proyectos irrenunciables? Es por eso que como líderes de
las grandes religiones, como miembros de la sociedad civil, cada uno desde su
posición y su rol, conscientes de sus alcances y sus límites, responsables de
los campos que les competen y respetuosos de aquellos que no les corresponden,
cada uno de los que tenemos mayores responsabilidades por el servicio que se nos
ha encomendado, debemos dirigir nuestros mayores esfuerzos, nuestras mejores
ideas, afinar nuestra imaginación y nuestra creatividad para hacer más efectiva
la acción en pro del fortalecimiento de la familia, lo cual significará
fortalecer todas nuestras demás instituciones y en definitiva, nuestros Pueblos.
Hoy es imposible no abrir el alma de nuestra sociedad a la globalización para
compartir y recibir todo lo que haga progresar a la humanidad, pero con la
capacidad de educar en el discernimiento, para poder proteger la riqueza de cada
cultura, para rechazar todo aquello que pueda lastimarla, ofenderla, o ponerla
en peligro. "Es preciso actuar en el nivel de las mentalidades, de las maneras
de pensar, de trabajar, de hacer la política y de concebir la familia
humana"11 . Un Pueblo que pierde su identidad cultural, se vuelve un
terreno privilegiado para prácticas inhumanas y pone en riesgo su
futuro12
1CONC.
ECUM. VAT. II, Const. Past.
Gaudium
et spes,1.
2 JUAN
PABLO II, Cart. Enc. Redemptor hominis, 14.
3 Cf. CONC. ECUM.
VAT. II, Const. Past. Gaudium et spes,48.
4 CONC. ECUM. VAT.
II, Decr. Apostolicam actuositatem,11.La
Declaración Universal de los derechos del hombre afirma que "la familiaes el
núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por
la sociedad y por el Estado" (Art. 163): Declaración Universal de los derechos
del hombre, Publicaciones de la Sociedad Italiana para la organización
internacional, Cedam padova 1950, p 31.
5 CONC. ECUM. VAT.
II,
Const. Past. Gaudium et spes,53.
6 JUAN
PABLO II, Homilia en la Santa misa por el Jubileo de los Trabajadores (1 de mayo
2000)
7 CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, Globalización y la
Nueva Evangelización en América Latina y el Caribe. Reflexiones del Celam,
1999-2003, 6-12, Bogotá, D.C., Colombia, 2003, págs. 11-15.
8 Cf.
MORRA, GIANFRANCO, Conferencia en el Convenio Internacional de Collevalenza con
ocasión del 1ª Aniversario de la encíclica Dives in misericordia, 27 de
noviembre de 1981.
9CARRIER, HERVÉ, Diccionario de la Cultura, Verbo
Divino, Pamplona, 1994, pp. 257-258.
10
CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA, El capital social. Un módulo para construir
futuro sin pobreza de las sociedades, 4.1,8, Bonn, 2001, pp. 24-25.57.
11 CARRIER, HERVE,
op. Cit., p. 184.
12 Cf.
PONTIFICIO CONSIGLIO DELLA CULTURA, Per una pastorale della cultura, 8, Editrice
Vaticana, Cittá del Vaticano 1999.